Por fin viernes… Llevo una semana agotadora y, para rematarla, hoy ha sido un día largo e intenso. A primera hora de la mañana he ido a sacar unas fotos de las obras del metro que están a punto de finalizar, y luego de la inauguración de la nueva exposición itinerante del Metropolitan. Para rematarlo, cuando volvía a la redacción, me llamó mi jefe.

 —Alex, cariño, Mike está atrapado en un atasco en la autopista, así que no llegará a tiempo a la rueda de prensa del alcalde. Deberías ir tú. Además, me acaban de informar de unas protestas estudiantiles por la subida de tasas y sería interesante echar unas fotos. Te va de camino cuando vuelvas hacia la redacción, ¿no? Luego, ya tú misma escribes cuatro líneas y con eso llenamos media página.

—Me parece que tu concepto de “ir de camino” y el mío, no se parecen mucho… —Se queda callado mientras yo resoplo, justo antes de claudicar—: Está bien.

—Te debo una.

—Te equivocas. Me debes un millón.

Así pues, después de encargarme de todo, llegué a la redacción agotada, despeinada, con tres bolsas colgadas de los hombros y con el tiempo justo para elegir las mejores fotos, escribir cuatro líneas acerca de las protestas y mandarlo todo a edición. Para conseguir llegar a todo, tuve que renunciar a un pequeño vicio, algo sin importancia… como comer. Así que mi único alimento del día han sido unas galletas Oreo machacadas que encontré en el cajón de mi escritorio, por lo que ahora mismo tengo tanta hambre que sería capaz hasta de comerme ese yogur que lleva en la nevera más tiempo que yo en el piso (regalo de bienvenida del anterior inquilino).

¡Pero no! Ahora mismo no puedo pararme a comer porque tengo una cita. Una cita en el parque. Necesito mi dosis diaria…

A toda prisa, entro en mi habitación, dejo la mochila con las cámaras y me pongo unas mallas y una camiseta. Me calzo las zapatillas de correr, cojo mi IPod, mi cinta para el pelo y la sudadera.

—¿Lista? —Creo que sí.

Compruebo mi reloj: las 18:37. No sé si llegaré a tiempo, así que decido empezar a correr nada más salir de casa. Cuando llego al parque son las 18:42.

—¡Mierda! Creo que llego dos minutos tarde… —Pero justo cuando empezaba a desanimarme y a plantearme volver a casa, le veo aparecer—. ¡No! ¡Ahí está! Disimula Alex, disimula…

Empiezo a correr por el camino que discurre al lado del lago, con los cinco sentidos alerta, esperando a que me adelante en cualquier momento. Echo un vistazo atrás y ahí está, a menos de 5 metros, con pantalón de chándal gris y sudadera negra con la capucha puesta.

Cuando me adelanta, inspiro con fuerza para esnifar su olor y escucho su respiración entrecortada. Le miro de reojo. ¡Por favor, qué guapo es! Me encantan sus facciones angulosas, su hoyuelo en la barbilla y esos pómulos marcados. Además, tiene una boca increíble, con unos labios carnosos que ahora mantiene abiertos por culpa del esfuerzo. Hoy no parece haberse afeitado, porque le asoma una tímida barba.

He llegado a desarrollar un poder sobrenatural que me permite analizarle por completo en una décima de segundo. Son muchos meses admirándole, esperando estos pocos segundos, por eso puedo adivinar tantos detalles.

Aumento el ritmo para intentar seguirle durante unos metros y así poder disfrutar de él un rato más. ¡Madre mía, qué espaldas! ¡Y qué culo! Aún con la sudadera y el pantalón largo, se puede intuir que tiene un cuerpazo de infarto. Espaldas anchas, cintura estrecha, culo prieto…

—¡Alex céntrate, que te caerás y te romperás los dientes!

A los 10 minutos, muy a mi pesar, estoy a punto de echar el hígado por la boca, así que empiezo a bajar el ritmo mientras le veo alejarse. No aparto la mirada mientras su silueta se hace pequeña en el horizonte, y, al llegar al quisco de helados, doy media vuelta para dirigirme de nuevo a casa, maldiciéndome por lo patética que soy y por la pésima forma física que tengo.

Al llegar a casa, enciendo el portátil y, al abrirse el correo electrónico, veo un mensaje de mi hermano. Sé que su único propósito será burlarse de mí, así que no tengo prisa en leerlo, antes necesito una ducha. Abro el grifo del agua caliente y me pongo debajo del chorro durante un buen rato, maldiciendo el día que, en plena borrachera, le confesé a Joey que estaba enamorada de un tío con el que ni siquiera había cruzado una palabra. Desde entonces, no para de meterse conmigo y de recordarme que “se me pasa el arroz” en la mayoría de sus mails y mensajes.

Somos tan diferentes que no parecemos ni hermanos, algo extraño, teniendo en cuenta que somos mellizos. Él es rubio, yo morena. Él tiene los ojos verdes, yo grises. Él mide 1,85 y yo 1,65. Él siempre ha sido muy extrovertido y, aunque a mí no me ha costado relacionarme con la gente, en el instituto la gente me conocía por ser la hermana de Joey. Él fue el típico adolescente carismático, aficionado a los deportes y ligón al que invitaban a fiestas y yo la chica centrada en los estudios con un grupo reducido de amigos, la mayoría de ellos compañeros del periódico del instituto. Al acabar esa etapa de nuestras vidas, los dos nos mudamos a la ciudad, yo me matriculé en la facultad de periodismo y él se alistó en la academia de policía. Estar en una ciudad desconocida, alejados de casa, nos unió mucho más, y llegamos a salir por la noche en plan “colegas”, borracheras incluidas… La noche de mi confesión, me había invitado a cenar para celebrar su ascenso a detective de homicidios, como los de las series de televisión. El caso es que, después de cenar, me llevó a un club que conocía donde pude comprobar cómo gran parte del aforo femenino del local también lo conocían a él.

—¿Ves esa rubia de allí? Pues me la he tirado. ¿Y esa camarera? Pues me la follé en el cuarto de las bebidas. ¿Y de ese grupito que están sentadas en ese reservado? Pues de las cinco, me he tirado a tres, dos de ellas a la vez.

—¡Joder, Joey…! ¡A ver si ahora se van a pensar que soy otro de tus ligues…!

—Así al menos alguien creerá que tienes vida sexual.

—Gilipollas… —Joey ríe a carcajadas, pasándome un brazo por encima de los hombros—. ¿Y esas tías? No entiendo cómo pueden estar ahí, tan… tranquilas, arrastrándose por delante de ti, poniéndote “ojitos” y saludándote sonrojadas, sabiendo que sólo son una más de las muchas que te has tirado…

—¿Y el buen rato que les hice pasar no cuenta? ¿Y la posibilidad de que se me ocurra repetir con alguna?

—Pobres infelices… A mí no me gustaría convertirme en la muñeca hinchable de alguien como tú…

—Y por eso sigues manteniendo tu deprimente récord de cuatro años sin follar.

—No es deprimente. Simplemente, no me bajo las bragas ante cualquiera. Estoy esperando a mi persona especial —le replico, cada vez más cabreada.

—Vamos, Alex… No te pongas así. Sé que te encanta lo que haces, pero a veces pienso que vives sólo para trabajar. Tienes que salir más y divertirte, y echarte un ligue que te pegue un meneo de vez en cuando. En mi caso, pienso que soy joven y esas chicas también. No tenemos ningún compromiso, no busco una relación seria y lo dejo siempre bien claro… —Me mira durante un rato, hasta que añade—: Ven, dame un abrazo, toma tu gin-tonic y cuéntame cómo va la búsqueda de ese príncipe azul.

Ese gin-tonic llevó a otro, y luego a otros dos más. Empecé a ver doble y a tener serios problemas para mantener la verticalidad. La lengua se me empezó a trabar y, como sucede siempre que me emborracho, lloro. Y resulta que entre lágrimas le acabé confesando que el hombre por el que suspiraba, el hombre con el que soñaba cada noche, mi príncipe azul, era un total desconocido para mí. Le expliqué con todo lujo de detalles la historia de cómo le conocí, o, mejor dicho, de cómo me convertí en su acosadora personal. Supongo que el alto nivel de alcohol que tenía en sangre no me permitió ver la cara de estupor de mi hermano, así como tampoco me advirtió que acabaría arrepintiéndome de esa confesión el resto de mi vida.

Le conté que la primera vez que le vi fue dos meses atrás, volviendo del trabajo. Estaba nevando y decidí pasar por el parque para sacar unas fotos. Mientras enfocaba al lago, mi objetivo captó la imagen de un chico vestido con un pantalón de chándal y una sudadera con capucha que corría hacia mí. A causa del frío, veía cómo su aliento salía de su boca en grandes bocanadas. Ya tenía que estar loco para salir a correr con ese tiempo, recuerdo que pensé. Al cruzarse conmigo, nuestras miradas se encontraron y entonces fue cuando me quedé petrificada, perdida en sus preciosos ojos azules. Fue tan sólo un segundo, pero su imagen se me quedó grabada como si de una fotografía se tratara.

Esa mirada me dejó tan trastocada, que al día siguiente volví a pasar por el mismo sitio, a la misma hora. Seguía nevando. De hecho, no había parado de hacerlo, pero el corredor misterioso tampoco faltó a su cita. Hacía mucho frío, demasiado para salir a correr y mucho más para estar medio escondida detrás de un árbol y espiarle. Supongo que éramos un par de locos, cada uno a su manera. Su ritmo era constante y tenía estilo corriendo. No es que yo entendiera mucho del tema, pero se notaba que hacía deporte con frecuencia.

Le confesé a Joey que, desde ese día, me las apaño para estar siempre en el mismo sitio y a la misma hora para ver correr al desconocido de ojos azules, a mi chico misterioso.

Le puse un nombre, Neil, y empecé a imaginarme cómo sería su vida. Una vida que, según mi estado de ánimo, variaba de “soltero y sin compromiso esperando a su chica ideal” (o sea a mí), pasando por “con una novia ninfómana que le pedía sexo a todas horas” (por eso se entrenaba cada día corriendo para mantener la forma) o “felizmente casado con una mujer de clase alta, asiduo a misa, con cuatro hijos y esperando el quinto”. Admitámoslo, esta es la vida que menos me pegaba con su aspecto, pero mi cabeza me impedía obviarla, intentando pintarme un panorama lo más pesimista posible para evitar que mi corazón se encariñara con él.

Con la excusa de hacerle fotos al paisaje, excusa que me ponía a mí misma para no parecer tan loca, le hacía fotos a él también. Si había poca gente en el parque, me daba corte y me escondía detrás de algún árbol. Lo sé. Patético.

Un día me convencí a dar un paso más e intentar acercarme a él: comprarme unas mallas y unas zapatillas para empezar a correr y así poder verle durante algo más de rato.  Me compré unos leggins negros monísimos y una camiseta rosa fucsia con unas zapatillas a juego. Y ahí acabó mi intento de acercamiento… ¿Qué os pensabais? ¿Qué iba a hacer como la gente normal y hablarle? No. Preferí sacar el hígado por la boca y sudar lo que no está escrito con tal de verle un máximo de quince minutos al día, que es lo máximo que aguanto corriendo tras él.

Así han pasado dos meses y hablar, lo que se dice hablar, no, pero un día intuí un ligero saludo con la cabeza. Las malas lenguas dirán que es un mero saludo cordial entre corredores. Mentira. Me saludó a mí. Seguro. De forma totalmente consciente. ¡Además, se me está poniendo un culo monísimo de tanto correr!

 ¿A quién quiero engañar? Joey tiene razón, soy patética. Tengo 28 años y me he enamorado de un tío del que ni siquiera sé el nombre y al que sólo veo un máximo de quince minutos al día.

Salgo de la ducha, me pongo el pijama, caliento el bol de fideos chinos en el microondas, cojo unos palillos y me siento frente al ordenador.

De: Joey

Para: Alex

Asunto: ¿TIENES COMIDA?

Mensaje:

¿Ha habido suerte? ¿Has hablado ya con él? ¿Sabes al menos como se llama realmente? Hermanita, decídete ya a hacer algo, o al final acabarás adoptando gatos.

Que ya tienes una edad…

 

Resoplo mientras me dispongo a contestar el mensaje.

De: Alex

Para: Joey

Asunto: GORRÓN

Mensaje:

Siento ser yo la que te recuerde que tenemos la misma edad, y tampoco te veo muy por la labor de sentar la cabeza. Así que, ¿quieres que vayamos juntos a la protectora de animales?

¿Cómo te va con tu nueva placa de detective? ¿Has visto ya muchas salpicaduras de sangre y encontrado pelos de asesino? ¿Alguna detective que haya llamado tu atención? Hablando de ello, por favor, recuerda que no está bien visto manchar de tus propios fluidos las escenas del crimen…

En respuesta a tu interés, te diré que no, aún no sé su nombre. Y no, tampoco he hablado con él. No todos somos tan lanzados como tú, y tampoco se me ocurre ninguna excusa con la que empezar a entablar conversación. De todos modos, las ideas y consejos serán bienvenidos. Veo que te interesa mucho mi vida social y no quiero que pierdas el sueño por mí. 

Te quiero, aunque odie reconocerlo,

Alex

 

Recibo su respuesta casi al instante.

De: Joey

Para: Alex

Asunto: OFREZCO CONSEJOS A CAMBIO DE COMIDA

Mensaje:

Voy para tu casa.

Tengo la noche libre.

Llevo cervezas y una lista de sugerencias para darle un empujón a tu vida amorosa.

Te quiero,  J.

About Author

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *