Viaja con Emma

“El hotel cuenta con cinco piscinas, dos de ellas exclusivas para adultos…”

—Ese bikini no resalta nada el moreno de mi piel.

—Tonterías. Estás perfecta.

—Podríamos volver a rodar esa toma. Me he traído uno de color blanco que sería perfecto. O el color champagne… O… Bueno, luego les echo una ojeada a todos.

—¿Cuántos son todos?

—No sé… Unos… veinte.

—¿Veinte? ¡Pero si solo vamos a estar cinco días…!

—¿Y…? En realidad, lo hago por tu bien, para que saques las mejores tomas posibles y, para ello, todo tiene que ser perfecto. Bikini incluido.

Stu resopla agotado, pasando una mano por su cabeza calva y rascándose la larga barba con la otra.

—Será el trabajo de tu vida, decían… Viajando de gorra, decían… Fácil: grabar y editar en un momento y luego disfrutar de los paisajes, decían…

—¿Algún problema? —le pregunta, con una mirada reprobatoria.

—Para nada. Grabaremos todas las tomas que quieras.

—Muy bien.

Stu vuelve a centrarse en la pantalla de su portátil, donde están visionando lo que llevan grabado hasta ahora, imaginando que estrangula a Emma con la tira de cualquiera de esos veinte bikinis. Enseguida se le dibuja una sonrisa de satisfacción.

—Esa es la actitud, Steward.

Y fin. Se acabó la magia. Ella ha hecho pedazos el momento. Odia cómo suena su nombre en boca de Emma. Con ese acento remilgado que se empeña en poner, convirtiéndole al instante en uno de los mayordomos de Downton Abbey. Al principio, la corregía constantemente, advirtiéndola que su nombre es Stuart, Stu, no Steeeewaaaard… A la vista está que no sirvió de nada.

“…En el resort encontraremos tres restaurantes tipo buffet y cinco restaurantes a la carta conducidos por cinco chefs con varias estrellas Michelin a sus espaldas… Os recomiendo encarecidamente una visita…”

—Ese plano con la boca llena, elimínalo.

—¿Por qué?

—Porque me niego a que la gente me vea comer.

—¿Por qué?

—Porque no.

—Pero… todo el mundo come… Además, se ve extraño que hables de comida y no la pruebes. En los programas de cocina, ver cómo el cocinero prueba luego la comida que ha elaborado lo hace más creíble…

—Steward, ¿tengo cara de Gordon Ramsey?

Stu la mira con los ojos muy abiertos, incrédulo, absolutamente descolocado, debatiéndose entre asesinarla o cerrar el portátil y largarse. Finalmente, recuerda que necesita el sueldo para vivir.

Cierra la boca e inhala el aire a través de la nariz, Stu. Cuenta hasta cuatro. Aguanta la respiración durante siete segundos. Espira completamente el aire de tus pulmones durante ocho segundos. Me estoy calmando. Me estoy calmando. Es solo una pija insolente. El precio que tienes que pagar para cobrar a fin de mes. Tranquilo…

“…Entre otros muchos servicios, podremos hacer uso del gimnasio o del maravilloso spa las veinticuatro horas del día…”

—Esa toma me encanta, pero…

—Quieres que elimine algunas gotas de sudor de tu cara.

—¡Eso es, Steward! ¡Ya te tengo casi enseñado! —le dice, palmeando su espalda un par de veces. Justo después, se mira la mano e, incapaz de reprimir una mueca de asco, se limpia la mano.

El asesinato es un delito muy gordo, Stu. No lo hagas. Inspira, aguanta siete segundos y suéltalo…

Sentada en uno de los taburetes frente a la barra del bar, removiendo su cóctel con la pajita, Emma mira de reojo al grupo de hombres de su derecha. Hablan y ríen de forma escandalosa, todos con las caras encendidas por culpa del sol excepto uno de ellos, precisamente en el que Emma se fija. Si en una revista de negocios dedicaran un especial a empresarios de éxito con aspecto de modelos de pasarela, él sería seguramente el protagonista del reportaje. Viste “elegante pero informal”, perfecto con un pantalón de pinza color arena y una camisa de lino blanca que resalta su bronceado perfecto. Lleva el pelo engominado hacia atrás, perfectamente peinado y, por lo que puede observar desde la distancia, las gafas enmarcan un rostro anguloso, como esculpido.

Él también parece haberse fijado en ella, y le dedica largas e intensas miradas entre codazos de sus compañeros. Alguno incluso le habla al oído, señalando a Emma, que se revuelve sobre el taburete, cruzando las piernas, intentando parecer una mezcla entre interesante, misteriosa y coqueta. Mirada de “prostituta con carrera”, como diría su amiga Kat. Que vean que eres capaz tanto de realizar todas las posturas del kamasutra como de recitar las cinco declinaciones del latín.

—Hola, compañera. ¿Qué tomas?

Se gira sobresaltada al escuchar la voz de Stu a su lado. Le mira de arriba abajo, levantando un lado del labio superior de su boca, preguntándose cómo es posible que alguien estime oportuno presentarse en el pub del hotel con un pantalón de deporte más apropiado para jugar un tres contra tres en una cancha de baloncesto y una camiseta que vivió su mejor época allá por el año 1.980.

—Piérdete, Steward —le dice, justo antes de volver a dirigir la mirada hacia su apuesto empresario, el cual había empezado a caminar hacia ella, pero que ahora se hallaba parado a medio camino, valorando si seguir avanzando o volver con sus colegas.

Emma le sonríe nerviosa, justo antes de volver a girar la cabeza de nuevo hacia Stu.

—Largo. Ya. Vamos, rápido —le apremia, chasqueando los dedos.

Stu mira más allá de la espalda de Emma, hacia donde se dirige su mirada constantemente, comprendiendo enseguida el motivo de su nerviosismo. Al principio valora hacerle caso sin oponer resistencia, hasta que ve una ocasión perfecta para cobrarse una pequeña venganza.

—¿Ese tipo? ¿En serio? Creía que lo nuestro iba cobrando forma…

Stu se acerca más a ella y le pasa un brazo alrededor de la cintura.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? Quita esa mano de mi cintura —dice ella, con los ojos abiertos como platos, así como las aletas de la nariz.

—Creía que empezábamos a entendernos y que estabas deseando que fuéramos un paso más allá.

—¡¿Un paso más allá?! Nuestra relación es simple y estrictamente profesional. Así que vete, por favor. Ahora.

—¿Me estás suplicando? —le pregunta.

—¿Es lo que quieres? Pues sí, te lo suplico. —A Stu se le dibuja una enorme sonrisa de superioridad en la cara—. ¿Se puede saber qué te hace tanta gracia.

—Que te arrastres de esta manera por un tío como ese que salta a la vista que está casado o prometido y que seguramente no es la primera vez que pretende echar un polvo durante un viaje de negocios.

—Perfecto. Gracias por tu opinión que, por cierto, nadie te ha pedido. Largo.

Stu se empieza a alejar al fin y ella vuelve a centrar su atención y todos sus sentidos en su pretendiente, que, al verla sonreír de oreja a oreja, colocar un mechón de pelo detrás de la oreja y morderse el labio inferior, parece entender todas las señales y empieza a caminar de nuevo hacia ella.

—Hola —la saluda con un acento tejano inconfundible—. Peter Wright.

—Emma Campbell —contesta ella, tendiéndole la mano que él esperaba y que besa con caballerosidad—. Encantada.

—¿Trabajo o placer?

—Trabajo. Estamos grabando un programa para el canal de viajes de la televisión por cable. Y ese esperpento de antes —dice, señalando un punto inconcreto de su espalda, con la intención de aclarar la situación de antes—, es el cámara que me acompaña.

—Gracias por la aclaración, aunque, a la vista está que no suponía ninguna amenaza para mí.

Peter hace un gesto inconsciente, abriendo un poco los brazos y esbozando una media sonrisa propia de un anuncio de pasta de dientes. Demuestra mucha confianza en sí mismo que, mezclada con ese aspecto de modelo de pasarela y una más que presumible cartera abultada, hace las delicias de Emma, que cae, inevitablemente, rendida a sus pies.

—¿Y tú? ¿Trabajo o placer?

—Pues espero que las dos cosas… —contesta, entornando los ojos, que se vuelven oscuros, como los de un depredador al acecho.

A Emma solo le bastaron un par de copas, unas pocas sonrisas de suficiencia más, una canción de rima más que cuestionable pero con ritmo pegadizo y sensual y unas caricias intencionadas camufladas como simples roces para acceder a acabar la velada en su habitación.

La mezcla del alcohol, el calor y la excitación hacen mella en Emma, a la cual le empieza a costar mantener la verticalidad mientras intenta encontrar la tarjeta de la habitación para abrir la puerta con el cuerpo de Peter pegado a su espalda. Lograrlo le llevó más tiempo del esperado, así que Peter empezó a desnudarse nada más traspasar la puerta y cerrarla de una patada con el talón.

Emma le observa detenidamente, casi con la boca abierta, admirando su torso esculpido. Parpadea varias veces, incrédula por la suerte que ha tenido al encontrar un espécimen de semejante valor, mientras se muerde el labio inferior de pura lascivia.

—¿Qué cojones haces? Quítate la ropa —le apremia él.

Al principio, el brusco comentario sorprende un poco a Emma, aunque enseguida decide pasarlo por alto y achacarlo a la excitación del momento. En cuanto ella consigue quitarse el vestido, algo que le lleva también más tiempo del habitual, él se abalanza sobre ella, tirándola sobre la cama sin ningún miramiento. Sus manos recorren el cuerpo de Emma de forma precipitada, con prisa. Y, sin darle tiempo a valorar si está disfrutando o no, él la penetra de una fuerte estocada. Ella ahoga un grito y contiene la respiración durante unos segundos. Peter inmoviliza sus brazos contra el colchón mientras mueve la pelvis hacia delante y hacia atrás, con movimientos rápidos y frenéticos. Amas sus pechos sin cuidado, casi maltratándolos, hasta que Emma suelta algún grito de queja que sirve para que Peter disminuya el ritmo. Quizá no esté resultando como ella esperaba, quizá ella hubiera preferido algo más de juegos preliminares, caricias y algo más de timidez, aunque no se puede decir que no esté disfrutando. Está claro que, brusco o no, él sabe lo que se hace. También puede que esperara que él tardara algo más en correrse, o que tuviera la decencia de esperarla a ella, pero no se puede decir que sea egoísta, ya que luego se encarga de que ella llegue al clímax.

Definitivamente, la experiencia no ha resultado como ella imaginaba, aunque no se puede decir que no haya sido satisfactoria.

Quizá la próxima vez… se descubre pensando, hasta que ve la marca en el dedo de su mano. Enseguida se maldice de su mala suerte, de su pésima suerte eligiendo pretendientes y, sobre todo, recordando las palabras de Stu.

…Un tío como ese que salta a la vista que está casado o prometido…

Cabreada, intenta apartárselo de encima con todas sus fuerzas, pateando la sábana para desenredarla de entre sus piernas y agarrándola para enrollarla alrededor de su cuerpo. Coge los pantalones de Peter y se los tira a la cama.

—¿Qué pasa?

—Quiero que te vayas —asevera, muy seria.

—¿Ya? Déjame que me recupere al menos… No pretendo quedarme a vivir aquí, pero necesito un rato para recuperar el aliento…

—Recupéralo en el pasillo —insiste ella, haciendo un esfuerzo enorme para contener las lágrimas.

—Pero ¿qué ha pasado? Creía que los dos lo estábamos pasando bien…

—Bueno, siento herir tu ego, pero puede que algunos lo hayan pasado mejor que otros.

—No me jodas, que tú te has corrido tanto como yo.

—Me pregunto qué opinará tu mujer de ello… ¿Quedará ella tan satisfecha como tú te crees después de follártela? —Para asombro de Emma, la expresión de Peter no demuestra sorpresa ni arrepentimiento—. ¿Cómo le quedan los cuernos? ¿Cabe por las puertas o se tiene que agachar?

—No me digas que todo esto es por Linda…

Emma abre los ojos y los brazos, sorprendida y algo descolocada.

—¿En serio? ¿Eres real, tío? ¿Acaso no tienes ningún cargo de conciencia?

—Pues… —Se queda pensativo un rato. De verdad. Tiene que pensar la respuesta antes de abrir la boca—. En todo caso, eso será cosa mía, ¿no? No sé por qué te pones así y te… preocupas tanto por ello. Ambos teníamos claro lo que era esto, ¿no?

Bueno… Más o menos… piensa Emma, aunque no cambia ni un ápice su expresión convencida.

—¿Y dónde está tu anillo? ¿Acaso lo escondes para hacer ver que estás… disponible?

—No, lo escondo porque a veces es un impedimento para ligar con chicas como tú.

De repente, Emma siente como si una losa la aplastara. Le acaba de confirmar que, efectivamente, esto es algo que hace a menudo. Y no contento con ello, ha comparado a Emma con cualquiera de las tías que, conscientes o no de su estado civil, habían acabado acostándose con él. Con una sola frase, Peter ha conseguido machacar a Emma, ningunearla como nunca nadie antes.

Furiosa, agarra uno de los zapatos de Peter y se lo lanza con todas sus fuerzas a la cabeza. Él lo esquiva a tiempo y se pone en pie, haciendo un ovillo con toda su ropa y trastabillando para salir de la habitación antes de llevarse de recuerdo algún moratón difícil de justificar ante Linda.

En cuanto Emma escucha la puerta cerrarse, se deja caer sobre la cama. Mira hacia los ventanales que dan a la enorme terraza de la habitación, viendo cómo los primeros rayos de sol la bañan. Consciente de que también debe haber amanecido en Nueva York, decide ahogar sus penas con Kat. Alcanza el teléfono y busca su número en el listado de llamadas recientes, algo que no le lleva más de dos segundos.

—Aaaaarg… —gruñe Kat después de varios tonos—. Eh… ¿Qué…?

—Qué bien que estás despierta. Necesito desfogarme.

—Yo… Esto…

—Kat, ¿estás bien?

—Pues… —Carraspea varias veces, antes de volver a hablar. O a intentarlo, al menos—. Según lo que entiendas tú por estar bien.

—Me he acostado con un impresentable.

—A ver… —Emma la oye removerse entre las sábanas, resoplando y bostezando de forma ruidosa y prolongada—. No te lo tomes a mal, pero eso no es ninguna novedad. ¿Dónde estás?

—En República Dominicana.

—Joder… Qué envidia me das… Eso es un curro… —susurra Kat.

—¿Podemos centrarnos en lo que nos atañe?

—Me asombra que hables en plural…

—¿Desde cuándo eres mi amiga? ¿Cuántas veces te he aguantado el pelo mientras vomitabas en el váter? ¿Cuántas fotos me obligas a hacerte hasta que no encuentras una a la que no ponerle ni una pega? ¿Cuántas…?

—Vale, vale, vale. Lo pillo. El impresentable. Hablemos de él. ¿De qué tipo era? ¿De los petulantes que se creen perfectos, de los fanfarrones con calzoncillos comprados en la tienda de “todo a un dólar”, de…?

—De los que se les olvida quitarse el anillo cuando toman el sol —la corta Emma. Kat chasquea la lengua y resopla con fuerza—. ¿Qué?

—Nada.

—Dilo.

—No, porque te enfadarás conmigo.

—Haberlo pensado antes de cagarla chasqueando la lengua de esa forma en vez de ayudarme con un discurso más comprensivo con mi desolación y mi ira. Desembucha.

—¿Cuándo dejarás de buscar al hombre perfecto? ¿Por qué no te dedicas solo a pasarlo bien y dejas que surja? Déjate llevar. Deja que… él te encuentre a ti. Deja de buscar. Deja de… ver a un marido potencial en cada tío al que conoces.

Se crea un silencio tenso entre ambas, solo roto por sus respiraciones.

—Te odio —lo rompe Emma.

—Lo sabía. Pero sabes que tengo razón. ¿Por qué no te limitas simplemente a pasarlo bien? ¿Estaba casado e intentó ocultártelo? ¿Qué más da? El capullo es él. Si no te llegas a fijar en ese pequeño trozo de piel blancuzco, tú no te habrías dado ni cuenta.

—Además, follaba fatal —confiesa Emma, con un tono bastante menos resentido.

—¡Eso sí que es imperdonable! ¿Sabes qué te digo? Que has hecho bien en darle la patada. ¿Casado? Bueno. ¿Pésimo en la cama? ¡No way!

A Emma se le escapa entonces la risa, relajándose ya del todo, diluyendo poco a poco el cabreo con su horroroso gusto para los hombres.

—Y a todo esto, ¿cómo está mi amigo?

—Oh, mierda… —Emma pasa una mano por su pelo, peinándoselo hacia atrás.

—¿Le ha pasado algo?

—No. Que me jode tener que darle razón… —Kat se queda callada, esperando alguna explicación más—. Él me advirtió anoche que esto mismo iba a pasar…

—Es un erudito, mi chico.

—¡No es tu chico! ¡Deja de decir eso que se me ponen los pelos de punta! ¡Nunca en la vida aceptaría que tuvieras una relación con… eso!

Kat estalla en carcajadas. Todo empezó como una broma. Cada vez que Emma se quejaba de alguna de sus “conquistas”, Kat se dio cuenta de que el único hombre que no la había decepcionado y que era una constante en su vida era Stu. Emma ponía cara de asco, simulaba las arcadas y ambas estallaban en carcajadas. Pero entonces llegó un día en el que Kat empezó a insinuar que, quizá, las camisetas viejas de los Cazafantasmas y las raídas Converse, eran un complemento sexy, y que el leve sobrepeso de Stu podía remediarse con un par de meses de spinning…

—Cuídamelo mucho, ¿vale?

—Te cuelgo, Kat.

—Perfecto —contesta, sin inmutarse un ápice por su amenaza—. Llámame cuando estés en casa.

Emma cuelga la llamada y se deja caer hacia atrás en la cama, aún con la sábana rodeando su cuerpo. Fija la vista en un punto cualquiera del techo, intentando ordenar sus pensamientos. Aunque le cueste admitirlo en voz alta, Kat tiene parte de razón. Debería dejar de empecinarse en convertir a todos sus pretendientes en maridos potenciales. Pero es muy triste que con treinta años, casi treinta y uno, aún no se haya cruzado con ningún candidato decente. A su edad, su madre llevaba casi diez años casada y ya había parido dos veces, algo que le recordaba a menudo, básicamente, cada vez que se reunían y le preguntaba si había conocido a alguien.

Alan fue lo más parecido a un firme candidato con el que cortar un pastel con una inscripción de “felices para siempre”. Era perfecto: estudiante de medicina, miembro de una de las mejores fraternidades de la Universidad de Columbia, con unas notas envidiables, un Camaro aparcado en el garaje y un futuro prometedor como cirujano en el hospital de cirugía estética del que su padre era principal accionista. Era perfecto hasta que me enteré de que, un par de meses después de empezar a salir conmigo, dejó embarazada a Rosario, la chica de servicio que sus padres tenían contratada en casa. Ellos se ocuparon de esconderlo todo, pagándole el aborto y dándole una suma de dinero considerable para callarle la boca. Ella accedió porque además consiguió un contrato de trabajo que le permitió quedarse en los Estados Unidos, casarse y poder comprarse una pequeña vivienda junto a su marido.

Pero yo no pude soportarlo. Él me juró que solo había sucedido una vez, pero ya estábamos juntos, y yo sentí que nunca podría volver a confiar en él. Así que, a pesar de que él era mi pasaporte a la felicidad, opté por dejarle. Me sentí como cuando compras un boleto de lotería de esos que tienes que rascar tres casillas para conseguir un premio. Había rascado las dos primeras y solo me faltaba una para llevarme el premio gordo… pero rasqué y perdí.

En ese momento, el móvil emite un pitido informándole de que ha recibido un correo electrónico. Al ladear la cabeza para mirar la pantalla, ve que se trata de un correo del señor Hanson, el director del canal. Se incorpora y abre la aplicación a toda prisa, algo extrañada. No es habitual recibir correos electrónicos de su parte…

¿Será una carta de despido? Se descubre pensando, aunque enseguida deshecha la idea, ya que, en ese caso, no le escribiría él en persona… ¿No?

Pues entonces puede que sea un aumento… Ya. Claro. No te despiden por correo, estamos de acuerdo. Pero tampoco lo usan para informarte de un aumento el sueldo.

 

De: Oliver Hanson

Para: Emma Campbell

Asunto: Reunión urgente

Cuerpo:

Emma, te emplazo a una reunión el lunes de la próxima semana a las nueve de la mañana en mi oficina.

Sé puntual.

—Genial. No me despiden por correo electrónico. Lo harán en persona.

Cuando Emma llega al restaurante, echa un vistazo alrededor hasta encontrar a su compañero devorando un plato rebosante de huevos revueltos y bacon.

—Me da a mí que va a necesitar algo más que unos meses de spinning… —susurra, acordándose de Kat.

Coge un plato y se dirige al mostrador de la fruta, donde se sirve un par de kiwis y llena un vaso con zumo de naranja. Entonces se dirige a la mesa y se deja caer en la silla. Stu levanta la cabeza y mira el plato de ella.

—Mmmm… ¿La noche no fue como tú pensabas?

—Buenos días para ti también, aunque no responderé a tu pregunta porque no te incumbe.

—Uuuuuuh… Qué mala leche de buena mañana… —dice, señalando luego los kiwis con un movimiento de cabeza—. ¿Problemas intestinales?

—A esto se le llama desayuno saludable, Steward, no lo que te metes entre pecho y espalda. Gracias por preocuparte. Por cierto, hoy tenemos que volver a filmar varias tomas en la playa. Creo que es mejor grabarlas al atardecer, ya que la luz es más cálida y suave y resalta mejor mi bronceado.

—Lo creas o no, el programa trata de viajes, no de ti. Las mejores tomas se las tiene que llevar el paisaje, no tu bronceado.

—Ya, claro. Por eso el título del programa es “Viaja con Emma”, y como yo soy la protagonista, yo cuento lo que me da la real gana —contesta ella, mirando alrededor con cierto disimulo.

—Ojalá ese mail sea para despedirme. Al menos, no tendré que soportarla más… —susurra Stu.

—¿Cómo? —pregunta de repente ella, girando la cabeza bruscamente—. ¿Qué mail? ¿Tú también has recibido un mail del director?

—Sí… Uno algo escueto, en realidad…

—¿Y crees realmente que nos van a echar?

—Rezo por ello…

Emma le mira levantando una ceja, un poco ofendida aunque acostumbrada a este tipo de comentarios por su parte.

—Si nos quisieran echar, no nos escribiría el mismísimo director general, ¿no? Lo harían desde recursos humanos… ¿No?

—Mmmm… Puede. A lo mejor, hasta ni se molestarían en escribirnos… Nos enviarían un burofax.

—Puede que quieran darnos un aumento… —Stu es incapaz de aguantar la risa—. ¿De qué te ríes? No suena tan inverosímil. Nuestro programa es de los más vistos en la cadena…

—¿Ah, sí? ¿En serio crees que el espectador fiel del canal está interesado en saber a qué hora del día es mejor tomarse una foto en una playa de República Dominicana o el color de bikini que mejor combina con tu tono de piel? ¿En serio, Emma? Así que reza para que te den una buena indemnización y empieza a pulir tu currículum.

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