—Esto… Val… ¿Estás… bien?

—¡¿A ti cómo te parece que…?!

Pero ya no es capaz de hablar más porque escucho cómo vomita al otro lado de la puerta del lavabo.

—Escucha, Val… Voy a entrar…

—¡No!

—Por Dios… No seas tonta…

—¡No! ¡Ya casi estoy!

Apoyo las manos en el marco de la puerta y espero paciente, escuchando atentamente cualquier ruido que suceda al otro lado. Escucho el agua del grifo correr y empiezo a tranquilizarme. Cuando abre la puerta, su cara lo dice todo. Está muy pálida y tiene unas ojeras oscuras debajo de los ojos.

—¿Sigues pensando que te ha sentado mal algo o crees que podemos ir ya al médico por si…?

—Tú tranquila, Valerie. No va a pasar nada…—empieza a decir en tono de reproche, repitiendo lo que le dije esa mañana durante nuestra luna de miel, cuando intuimos que habíamos olvidado “protegernos”.

—Entonces… Vas a…

—¡Sí, claro! ¡Claro que voy a pedir hora con el médico!

—Vale… Esto… ¿Vas a ir a trabajar?

—Sí, claro que iré.

—Ah, vale… ¿Quieres comer algo…?

—Lucas, déjame sola un rato, por favor.

La miro sin saber bien qué hacer porque he convivido con cuatro mujeres en casa y tengo experiencia sufriendo su extraño comportamiento cuando están enfadadas. Quizá me está pidiendo que la deje sola cuando en realidad no quiere que lo haga y si le hago caso, se enfade aún más conmigo. Es como esa célebre respuesta a tu pregunta…

—¿Estás enfadada?

—¡No! —te contesta gritando con esa cara que asusta más que la del pobre Alien…

Así que, para no cagarla, me quedo quieto en el sitio, intentando buscar su mirada.

—¡¿Se puede saber qué miras?!

—¿Realmente quieres que me vaya o…? —le pregunto con un hilo de voz.

—¡¿Eres sordo o qué?!

—Vale, vale, vale… ¿Te preparo algo de desa…? Vale, no, no. Estaré en la cocina por si me necesitas… Me iré en unos quince minutos, por si quieres que te lleve a… Vale, hasta ahora.

Cierro la puerta del dormitorio a mi espalda y me apoyo en ella unos segundos, resoplando aliviado aunque aún con un leve temblor en las rodillas. Preocupado y bastante confundido, arrastro los pies hasta la cocina y empiezo a prepararme el café. Me lo tomo con la vista fija en el pasillo, cada vez más consciente de la realidad que se nos viene encima. Una realidad de la que ambos éramos muy conscientes, aunque intentáramos negarlo e intentáramos camuflarla pensando en motivos dispares para sus dolencias.

Veinte minutos después, cinco más tarde de lo que antes he dicho, sigo en la cocina cuando ella aparece, arrastrando los pies. Tiene bastante mejor cara que antes, gracias a Dios, aunque el cansancio sigue siendo patente.

—¿Quieres…?

—No. Vámonos ya.

No insisto, así que actúo como un autómata, sin mirarla directamente aunque controlándola por el rabillo del ojo. Dejo la taza en el fregadero, cojo mi juego de llaves del cuenco, los dos cascos y aguanto la puerta mientras ella pasa.

—Como esto sea cierto —dice señalándose la barriga mientras empieza a bajar las escaleras—, tendré que ir pensando en ir a trabajar en otro medio de transporte, porque llegará un momento en el que no podré agarrarte.

Ralentizo el paso de forma inconsciente, clavando los ojos en su espalda mientras intento seguir caminando a pesar de la losa que parece haberme caído encima. Quedaría muy feo dejar que mi mujer fuera sola al trabajo, así que debería… renunciar a mi moto. Solo pensarlo me provoca escalofríos. ¿Hay embarazadas a las que no se les nota la barriga hasta casi el final, no? Valerie es más bien menuda, así que puede que ese sea su caso, y entonces podríamos ir en la moto hasta… ¿el séptimo u octavo mes? Puede incluso que ella coja la baja para entonces y yo no tenga que renunciar a la moto…

—Tengo hora en el médico a las tres de la tarde.

—¿Eh? —le pregunto volviendo a la realidad para darme cuenta de estamos ya en la calle, frente a la moto, y ella me mira fijamente.

—Que he llamado al médico y me han dado hora para hoy a las tres de la tarde.

—Tres de la tarde…

—Era la única hora que había libre.

—A las tres tengo una reunión con unos proveedores de servidores y con Jennifer pero puede que…

—No hace falta que vengas. Me puedo apañar sola.

—Pero puedo…

—No te molestes. Te llamaré al salir —concluye poniéndose el casco, convirtiendo cualquier opción de continuar con el diálogo en algo prácticamente imposible.

≈≈≈

—¿Me lo estás diciendo en serio?

—¡Te lo juro!

El cursor parpadea de forma incansable en la pantalla. Hace un buen rato que sigue en la misma posición, aunque mis dedos reposen encima de las teclas.

—No me lo creo.

—¡Que sí! Me ligué a la rubia del pub.

Además, tengo un tic en la pierna que me obliga a moverla sin parar. ¿Está enfadada conmigo?

—Pero si tu táctica consistía en jadearle en la oreja, por favor. No me creo que eso la haya conquistado.

—Porque ya se había fijado en mí… Además, yo no jadeo en su oreja… Le susurro con mi voz sexy.

—¿Voz sexy? Por el amor de Dios, si pareces el muñeco ese blanco con coloretes que va en triciclo… el de las pelis de miedo… Lucas, ¿tú te lo crees?

Algo no pasa si dos no quieren y, aunque los dos estábamos muy borrachos y no recordamos demasiado de esa noche, sé que ambos estábamos de acuerdo en lo que pasó. De acuerdo, no pensé en ponerme el preservativo, pero porque estaba demasiado ocupado con su lengua en mi tráquea. Ella tampoco hizo mucho por recordármelo…

—¡Lucas! ¡Eh!

—¿Qué? —pregunto al darme cuenta de que todos me miran.

—Que si te crees lo de Roger…

—¿El qué de Roger?

—Eh… ¿Dónde has estado toda la mañana? Llevamos hablando de lo mismo desde que hemos llegado… ¿Me estás diciendo que llevas cuatro horas ignorándonos por completo?

—No… No he dormido muy bien —atino a decir.

—¡Qué cabrón! Toda la noche follando, como si lo viera —dice Bruce.

—Esto… Sí… Eh… Hoyt, ¿podemos hablar un momento?

—Claro.

Vamos a la máquina del café y le invito a uno. Cuando lo tenemos ya en la mano, me vuelvo a perder en mis pensamientos, dándole vueltas con la cucharilla, totalmente hipnotizado por el movimiento circular.

—Esto… ¿Me vas a echar?

—¿Cómo?

—Porque no es un buen momento… Con el tema del bebé y eso…

—¡No te voy a echar! De hecho, te quería hablar de… bebés…

—¿Qué…?

—Verás… Es que… Creemos que Valerie está…

—¡¿Embarazada?!

—Shhhh… Aún no es seguro…

—¿Aún no ha ido al médico?

—No… Va esta tarde.

—¿Va? ¿En singular? ¿Ella sola?

—Sí.

—¿No vas con ella?

—Tengo una reunión a la misma hora…

—¿Y?

—Y ella me dijo que no le importaba, que no fuera…

—¿Y?

—¿Qué más quieres?

—¡¿Estás idiota o qué?! ¡Por supuesto que quiere que vayas!

—Joder, es que… parecía que lo decía en serio… Además, si te soy sincero, me vino bien que me dijera que no fuera…

—Explícate porque eso no me cuadra… ¿Tú no quieres pasar tiempo con Valerie? ¿Qué ha cambiado?

—Ella… Un poco… Me tiene descolocado, Hoyt. De repente se me tira encima y prácticamente me arranca la ropa, diez minutos después me grita que me odia y quince después, llora desconsolada…

—Por supuesto que lo hace.

—¿Es… normal?

—Es mujer y está preñada. Si cuando tienen la regla se vuelven locas, imagínatelas embarazadas… —contesta justo antes de imitar el ruido de una explosión y mover las manos al unísono.

—O sea, que la he cagado.

—Pero bien.

—Es que no sé cómo actuar… Si está vomitando en el baño, no me deja estar con ella. Si le digo que está muy guapa, se pone a llorar. Si le pregunto qué tal está, me responde a gritos. Es como convivir con el puto doctor Jekyll…

—¿Y dices que no estáis seguros de que esté embarazada?

—Bueno… Supongo que ambos lo sabemos pero ninguno quiere darlo por sentado…

—¿Vomita a menudo?

—Cada mañana.

—¿Y sus… —se calla para carraspear mientras pone sus manos frente a su pecho y hace un gesto algo obsceno—, tetas?

—¿Qué dices, imbécil?

—Me refiero a si las tiene más… grandes… No me lo niegues. Si es así, fijo que lo has notado. —Intento disimular y rehúyo su mirada, y es justo lo que necesita para saber que la respuesta es afirmativa—. ¿A que son alucinantes? Pues aprovecha porque dentro de poco no te dejará que te acerques a ellas.

—¿Por qué?

—Porque dejarán de ser tuyas para ser del bebé.

—Joder…

—Pero lo primero que tienes que hacer es ir con ella al médico.

—¿Aunque me haya dicho que no vaya?

—¿Sabes esos momentos cuando las mujeres dicen no pero quieren decir sí y viceversa? —Asiento apretando los labios—. Pues este es uno de ellos. De hecho, durante estos nueve meses, prepárate para vivir en una puñetera montaña rusa y ve practicando la sonrisa de mártir. Merece la pena por los ratos en los que las hormonas las ponen tan cachondas que se tiran al primero que vean. Procura ser tú…

—Vale… Voy a… Llamarla… Sí… —Me llevo el teléfono a la oreja después de marcar su número, pero varios tonos después, me salta el contestador—. No me lo coge… Voy a… Subir a la décima planta a verla.

—Corre. O morirás.

—Vale. Gracias —contesto golpeando su hombro.

En cuanto pongo un pie en la sala, miro hacia su mesa y al no verla, el temblor en las rodillas de esta mañana vuelve a hacer acto de presencia. Su pantalla está de color negro, así que o su ordenador está apagado o hace más de una hora que no lo usa, porque está programado así. Yo mismo lo hice.

—Carol… ¿Dónde está…?

—Se ha ido a comer con Janet —me contesta ella de forma arisca mientras las demás han dejado de hacer su trabajo para mirarme de arriba abajo con cara de asco—. Y luego, visto que tú no vas a hacerlo, ella la acompañará al médico.

—Carol, no voy porque ella me dijo que no hacía falta…

—Tienes una reunión, ¿no? Qué oportuno…

—La tengo, de hecho, empieza en diez minutos, pero estaba dispuesto a saltármela o a salir antes para acompañarla…

—Pues supongo que vas tarde.

—¿Sabes dónde…?

—¿No sabes dónde va al médico tu mujer? —pregunta Gloria, escandalizada.

—¡Vamos, Gloria! ¡Dadme un respiro!

Ella me mira fijamente un rato, sin ablandarse ni un ápice, hasta que al final Andrea resopla resignada y confiesa.

—Creo que al Memorial…

—¡Gracias! ¡Te debo una! ¡A todas! ¡Os invitaré a comer!

—¡Comemos mucho! ¡Y la noche de antes no cenaremos para desplumarte! —grita Franny.

—Vas a aprender a cuidar de tu mujer a base de hostias, pequeño —añade Gloria mientras yo levanto una mano para decirles adiós sin darme la vuelta.

≈≈≈

—Perdone, señorita… ¿En qué planta está ginecología?

—En la cuarta.

—Donde ven si una mujer está embarazada y eso…

—La cuarta, sí —repite con cara de circunstancias.

—De acuerdo —balbuceo a duras penas—. Gracias.

Cansado de esperar a los ascensores, decido subir por las escaleras a toda prisa. Así pues, cuando llego a la cuarta planta, víctima de la adrenalina, sigo corriendo por el pasillo, buscándola como un desesperado.

—¿Lucas?

Reconozco la voz de Janet y enseguida me giro hacia ella. Al instante veo que está sentada en una sala de espera junto a Valerie. En cuanto me acerco y me agacho frente a ella, Janet le hace una seña y empieza a alejarse por el pasillo.

—Hola…

—¿Y tu reunión? —me pregunta.

—Pospuesta.

—Entonces, estás aquí…

—No podía perderme esto… Ya sé que me dijiste que no querías que viniera…

Pero entonces se abalanza sobre mí y rodea mi cuello con sus brazos. Me pilla desprevenido, pero enseguida recuerdo las palabras de Hoyt y me doy cuenta de que estoy subido en uno de los vagones de la famosa montaña rusa.

—Tengo muchísimo miedo, Lucas.

—¿De qué?

—De no saber ser madre, de no hacer siempre lo correcto, de no ser una buena influencia para él o ella, de engordar hasta no verme las bragas, de coger la baja y pasarme los días comiendo helado y viendo telenovelas, de caerme boca arriba y no poder levantarme yo sola, de que no me quepan nunca más mis vaqueros, de que mis tetas se pongan enormes y luego me cuelguen hasta el ombligo, de no poder ir al cine nunca más en la vida, de no volver a tener un momento a solas contigo, de no…

—Eh, eh, eh… Vale… Nada de eso va a pasar.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque nada de eso va a pasar. Porque aunque lo haremos lo mejor posible, seguro que nos equivocaremos, pero lo haremos juntos. Porque si no te caben tus vaqueros nunca más, te compraré otros que te vayan…

—Vale… —contesta riendo mientras se apoya en mi costado.

—Aunque si te caes boca arriba y no puedes levantarte, puede que tarde un rato en ayudarte porque te estaré grabando para luego colgar el vídeo en YouTube —digo al tiempo que ella me da un manotazo en el brazo—. Eso está mejor. Esta es mi Valerie…

La estrecho entre mis brazos y apoyo los labios en su pelo. Entonces me doy cuenta de que mi mano reposa en su vientre y de forma inconsciente, lo acaricio con la yema de los dedos.

—¿Sra. Turner? —dice una enfermera que aparece en la puerta de la sala de espera.

—¿Sabes? Me parece que es la primera vez que me llaman así —me comenta mientras se pone en pie al tiempo que levanta una mano—. Soy yo.

—Si me acompañan…

En cuanto entramos, la enfermera nos indica que nos sentemos frente a un escritorio. Esperamos muy poco porque enseguida entra la doctora, a la que Valerie debe de conocer, porque se saludan de forma efusiva. Después de contarle el motivo de nuestra visita, con una sonrisa, le pregunta:

—¿Cuántas faltas has tenido?

—Debería tener el periodo ahora mismo… Pero el mes pasado tampoco me vino.

—¿Y has esperado hasta ahora para comprobar si estás embarazada?

—Bueno… Pensamos que sería algo que comí que me sentó mal… Y luego el ajetreo de volver a casa…

—Si a las dos faltas le sumamos los vómitos que dices que sufres cada mañana, me parece que me estáis poniendo las cosas muy fáciles…

—Y creo que también me han aumentado los pechos… —dice con un hilo de voz.

—Sí —intervengo asintiendo con la cabeza.

La doctora sonríe mientras Valerie me mira con una ceja levantada.

—Bueno, pues aunque yo creo que la cosa está muy clara, vas a hacer pis en este frasco y luego, si sale el resultado que imagino, haremos una ecografía para intentar verle.

≈≈≈

—Bueno… Pues habéis hecho bien en venir porque si os descuidáis, pasamos por alto el primer trimestre del embarazo. Estás de nueve semanas, Valerie.

—¿Nueve semanas? O sea que esa noche dimos en el clavo… —dice mirándome.

—A la primera —contesto yo con una sonrisa satisfecha.

—Lo que os demuestra que, a partir de ahora, si no queréis que os vuelva a pasar, deberíais poner medios para evitarlo.

—Sí… —contestamos los dos a la vez, aunque no podemos dejar de sonreír.

—Pero ahora, vamos a lo que toca… Chicos, vamos a conocer a vuestro bebé. ¿Preparados?

Ambos asentimos sin dudarlo ni un segundo y en cuanto la doctora le introduce a Valerie ese aparato, me acerco más a ella y mientras le acaricio el pelo con cariño, le pregunto:

—¿Estás bien? ¿Te duele?

—Tranquilo… —me contesta riendo y acariciándome la mejilla, hasta que la habitación se inunda con el sonido de los latidos de un corazón.

—¡Joder! —digo poniéndome en pie y dando vueltas sobre mí mismo, como aturdido.

En la pantalla de televisión se ve una imagen pero yo soy incapaz de distinguir nada, aunque Valerie y la doctora la miran con una sonrisa en la cara. Me acerco con los ojos a punto de salirse de sus órbitas. Muevo la cabeza a un lado y al otro, pero sigo sin distinguir nada parecido a un bebé. De hecho, distingo poco más que unas manchas blancas, pero temo decirlo en voz alta y despertar a la bestia que parece en estado de letargo desde que he llegado al hospital.

—Lucas… —Me doy la vuelta al escuchar su voz emocionada. En cuanto veo las lágrimas rodando por sus mejillas, se me encoge el corazón y me apresuro a su lado—. ¿No es precioso?

Levanto las cejas alucinado. ¿Acaso sabe distinguir algo en esa imagen? Si digo la verdad, ¿se enfadará conmigo? Si descubre que le mentí, ¿despertaré la ira de los dioses si se entera? Pero entonces comprendo que me da igual no distinguir nada porque realmente todo es precioso: el sonido de los latidos, el momento… ¡Incluso ese pegote blanco en la pantalla es precioso!

—Lo es… —digo mientras ella me coge una mano y la aprieta contra su vientre, como si quisiera hacerle saber a ese renacuajo que no está solo.

≈≈≈

—Listos. Tenemos el resto de la tarde libre —digo guardándome el teléfono en el bolsillo del pantalón.

—¿Así? ¿Sin más?

—Así de fácil. Yo soy jefe del departamento de informática y tú te acuestas con uno de los jefes. ¡Anda! ¡Conmigo!

—Espero que no se lo hayas argumentado así a Jennifer…

—No. Le dije que te había dejado preñada y que estábamos discutiendo…

Me conoce lo suficiente como para saber que estoy de broma, así que ya no hace aspavientos ni se molesta. Sonríe y se deja abrazar por mí mientras paseamos por el parque.

—¿Quieres comer algo? —le pregunto al ver un puesto ambulante.

—¿Ya me quieres cebar?

—No te lo preguntaba a ti. Le preguntaba a mi hijo.

—Pues no, creo que no le apetece nada. Pero no me iría mal descansar un rato… ¿Nos sentamos allí? —me pregunta señalando hacia el césped.

Se estira allí, apoyando la cabeza en su bolso y mira al cielo con aire pensativo. Al rato, viendo que no me estiro a su lado, me mira y, sonriendo, me pregunta:

—¿No te sientas?

—Sí…

—¿Estás bien?

—Estoy algo… alucinado aún… —digo mientras me estiro a su lado aunque boca abajo.

—Pues ve haciéndote a la idea…

Balancea la foto de nuestro bebé frente a su cara y no puedo dejar de sonreír como un bobo. La cojo y la miro fijamente, girándola algo confundido.

—Antes no has visto nada, ¿verdad?

—No… Lo siento…

—No pasa nada… Mira… Cabeza, cuerpo y esto son los brazos y las piernas…

—Eso no son brazos y piernas, son muñones. De verdad que las mujeres tenéis una imaginación increíble…

Lejos de enfadarse, la veo mirar la foto embelesada y siento una punzada de celos, porque creo que nunca la he visto mirarme a mí de esa manera.

—Si te digo que he soñado con este momento toda mi vida, ¿te asustarías? O sea… No contigo… Si no, ser madre… Con quién sea…

—Bueno, reconozco que ahora me siento como un mero proveedor de espermatozoides, pero creo que entiendo lo que quieres decir…

—¿Y si te digo que ya he pensado en los nombres? Que ya sé que los tenemos que decidir entre los dos pero… bueno… siempre he pensado que mis hijos se llamarían Harrison y Rosie. Pero no pasa nada si a ti no te gustan porque…

—Pues así será.

—Pero si…

—Val, son geniales. Rosie y Harry.

—Harrison…

—Como “Harry El Sucio”. Me mola… —digo sin hacerle caso—. ¿Y qué prefieres que sea? ¿Harry o Rosie?

—Me da igual… ¿Y a ti?

—Bueno, las chicas me dais un poco de miedo, así que preferiría un Harry que una Rosie…

—Vale. Pero yo también quiero una niña.

—Vale, pero más adelante.

—No mucho más.

—Lo suficiente.

La miro de reojo y me arrastro hacia ella para besar sus labios. Luego centro mi atención en su vientre.

—¿Notas algo…?

—No. Aún es pronto.

Pero entonces acerco la cabeza a su barriga y apoyo la oreja en ella. Mientras Valerie enreda los dedos en mi pelo, yo me esfuerzo por escuchar algo.

—¿Y puede oírnos?

—No tiene orejas, Lucas… Así que lo dudo.

Pero a pesar de todo, acerco la boca y empiezo a hablarle.

—Hola… Somos tus padres y no es por nada, pero molamos un montón. Puede que no hayamos empezado con buen pie y que no hayas sido planeado ni buscado, pero ya que estás aquí, pues oye, que nos hace ilusión y eso.

—¡No le digas eso!

—¡¿Pues no dices que no nos oye?!

—Por si acaso… No le hagas caso —dice hablándole a su propia barriga—. Te queremos un montón, cariño. Y da igual que seas producto de una borrachera y de un descuido por parte de tu padre…

—Y de tu madre, que tampoco estaba por la labor de recordármelo…

—Lo que tú digas… Como iba diciendo, que casi que me alegro de no haberte planeado, porque has sido una fantástica sorpresa. Espera a que se lo contemos a tus abuelos y tíos…

—De aquí a siete meses y medio —añado yo.

—¿Tú quieres que tu familia me coja manía, no?

—No, lo que quiero es mantener la cordura. No quiero que el embarazo se convierta en una tortura y tú no sabes lo absorbente que puede llegar a ser mi familia.

—¡Pero el nacimiento de un nieto les hará muchísima ilusión a tus padres!

—El primero, les hizo ilusión. El siguiente, también. Cuando nació la primera chica, también. Pero créeme, cuando iban por el octavo, empezó a ser algo repetitivo… Este sería número quince… Delante de ti harán que se alegran y eso, pero por dentro pensarán: ¿otro más al que cuidar?

—¡Anda ya! ¡Eso es mentira! Lo inventa esa mente de antisocial que tienes. Estoy segura de que tanto tus padres como tus hermanos estarán encantados con la noticia. Les voy a enviar una foto de la ecografía —dice sacando el teléfono de su bolso.

—¡No! Por favor…

—Entiéndeme… Yo no tengo a nadie a quién contárselo… —me dice haciendo pucheros con el labio inferior.

—Esto es un chantaje emocional en toda regla, ¿verdad?

—Sí. ¿Cuela?

En cuanto ve que mi expresión se suaviza, saca una foto de la ecografía y la envía al grupo que tiene montado con mi familia en el que, por deseo expreso mío, yo no estoy.

—Estamos perdidos… —empiezo a decir justo cuando mi teléfono empieza a sonar y el suyo empieza a recibir respuestas a la foto—. Oh, mierda…

—¿Quién te llama?

—Mi madre…

—Responde.

—Hola, mamá… —Es lo único que me deja decir antes de gritarme.

—¡¿Cuándo pensabais decirnos que Valerie estaba embarazada?!

—Bueno, creo que la tradición es que los padres sean los primeros en saberlo, y teniendo en cuenta que de eso hace una hora escasa, creo que puedes estar contenta…

—¡Pero si está de nueve semanas!

—¿Cómo sabes que está de nueve semanas?

—Tu padre lo ha sabido por la foto. Parece mentira que aún lo preguntes… Pero dime, ¿cómo se encuentra Valerie?

—Bien… Bueno, por las mañanas tiene náuseas, pero de momento, todo bien —contesto mirando a Valerie, que me sonríe ilusionada.

—¿Se le nota algo de barriga?

—No, aún no…

—¿Por qué no me dijiste que estabais buscando un bebé?

—Mamá, por favor…

—Ay, perdona… A veces me olvido que hablo contigo y que no eres como tus hermanos…

—Gracias por el halago.

—Lucas… —me reprocha justo antes de suavizar el tono y volver a hablar—. ¿Y tú cómo estás?

—Bien. Muy bien.

—¿Bien por decir o bien de verdad? Te conozco y sé que no eres amigo de ataduras y te puedo asegurar que ese bebé será tuyo de por vida. Para siempre.

—Gracias, mamá… —digo justo al tiempo que escucho otra llamada entrante. Miro el teléfono y, frunciendo el ceño, le pregunto—: ¿Por qué me llama papá? ¿No estáis juntos?

—Está aquí a mi lado.

—Esto… No entiendo nada… ¿Sabe que estás hablando conmigo?

—Sí, pero dice que como no le paso el teléfono…

—Por el amor de Dios, mamá. Dile que cuelgue, que estoy hablando contigo…

—Dice que cuelgues. Que está hablando conmigo. —Escucho la voz de mi padre de fondo y cómo mi madre le responde, discutiendo con él—. No va a colgar.

—Vale, pues pásamelo un momento.

—Ni hablar. Aún no he acabado. ¿Cuándo vais a venir a vernos? ¿O preferís que vayamos nosotros y así Valerie está más tranquila?

—Vale, pues te cuelgo. De hecho, os cuelgo a los dos.

—Lucas, no…

Pero entonces cuelgo el teléfono y lo lanzo en el césped, justo antes de estirarme de nuevo en la hierba.

—¿Le has colgado el teléfono a tu madre?

—Y a mi padre.

—¿No estaban juntos?

—Sí… —Y al ver su cara de asombro, acabo por la vía rápida—: No preguntes. ¿Muchos mensajes?

—Decenas. De todos tus hermanos, cuñados, cuñadas, y de tus padres… —responde en el momento en que tanto su teléfono como el mío empiezan a sonar—. Tu padre.

—Levy —le informo enseñándole mi móvil, antes de descolgar y llevármelo a la oreja—. Eh. ¿A qué debo tu llamada? —le pregunto moviendo las cejas arriba y abajo mientras Valerie descuelga la llamada de mi padre.

—Sabes perfectamente a qué debo mi llamada, así que, enhorabuena.

—Ajá.

—¿Cómo está Valerie?

—Bien. Bueno, ya sabes…

—¿Y tú?

—También.

—Lucas, tu falta de experiencia en relacionarte con la raza humana en general te va a jugar malas pasadas, así que acepta mis consejos… Uno, la gente te va a felicitar por la noticia, así que da las gracias. Dos, la gente te va a preguntar por Valerie, y un “bueno, ya sabes” no se considera una buena respuesta. Tres, también te van a preguntar por tu estado, así que si no quieres parecer lo que eres, un sociópata antisocial, responde cosas como “muy feliz”, o “exultante”, pero por Dios, di algo.

—Vale.

—De acuerdo. ¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—Oh, por favor, Lucas. ¡Que me respondas a alguna de las preguntas!

—Valerie tiene náuseas matutinas, pero por lo demás está perfectamente. Bueno, y le han crecido las… tetas —digo bajando el tono de voz al tiempo que me pongo en pie y camino de un lado a otro mientras escucho a mi hermano reír—. Yo estoy… confundido. O sea, feliz, pero a la vez estoy acojonado. ¿Es…? ¿Es normal sentir cosas tan contradictorias? Por un lado quiero enseñarle un montón de cosas a mi bebé, pero por otra me dan ganas de gritarle que no salga porque no soy lo que él o ella espera de mí.

—Lucas, ¿te cuento un secreto? Ellos no esperarán nada de ti excepto que estés a su lado cuando te necesiten. —Nos quedamos callados durante un buen rato, hasta que vuelve a hablar—. ¿Crees que podrás hacerlo?

—Creo que sí…

Contesto mientras vuelvo a acercarme a Valerie, que sigue al teléfono con mi padre. Sonríe, así que es buena señal. Me siento frente a ella y nos miramos a los ojos.

—Sí, Jerry, estoy segura de que solo es uno —dice entonces mientras pone los ojos en blanco y yo me llevo la mano a la frente—. Ajá, sé que puedo estar tranquila porque puedo dar a luz a más de un bebé…

—Papá, corta el rollo, ¿vale? —grito para que me oiga mientras Levy ríe a carcajadas.

—No puedes con él —me dice—, así que, que no te pase nada…

—Gracias, colega.

—De nada, hermano. Nos vemos pronto, ¿vale?

—Vale.

—Te quiero.

—Ajá.

Al rato, Valerie cuelga también y me mira levantando las cejas. Resoplo agachando la mirada, que ella busca al tiempo que me coge de las manos.

—Es normal que estén eufóricos…

—Lo están —afirmo asintiendo con la cabeza torciendo el gesto.

—A pesar de ser el número quince.

—Eso parece…

—Les he prometido que iremos a verles…

—Oh, mierda…

—Pero sabes que debemos hacerlo… Y podemos ir en moto.

—Eso es chantaje emocional de nuevo.

—¿Cuela, otra vez? —La miro a los ojos hasta que se me escapa la risa y me abalanzo lentamente sobre ella para besarla—. Me tomaré eso como un sí.

≈≈≈

Unas semanas más tarde…

Un niño. Vamos a ser padres de un niño. Hoy nos han dado la noticia. Le ha costado dejarse ver, pero en poco menos de tres meses, Harry formará parte de nuestras vidas, o como dice mi madre, será toda nuestra vida. Los vómitos han desaparecido y Valerie se encuentra muy bien. Ya tiene mucha barriga y, aunque no le cabe su ropa, está preciosa.

Hoy sus amigas han invadido nuestro apartamento para celebrar una fiesta para el bebé. Se ve que es algo habitual, aunque yo no acabo de entender cómo se puede celebrar una fiesta en la que el homenajeado aún no ha nacido. Yo he aprovechado para salir con los chicos a tomar una cerveza, pero ya estoy volviendo a casa porque Valerie acaba los días agotada y quiero estar allí para cuidar de ella.

—¡Hola! —saludo al entrar. Nuestro salón está plagado de globos y envoltorios de papel. Hay un cartel colgado del techo que reza: “¡Es un chico!” y otro hecho a mano en el que se puede leer: “¡Bienvenido, Harrison!”

—¡Hola!

—¡Hola, friky!

—¡¿Qué tal?!

Me preguntan todas mientras me acerco a Valerie, a la que beso con ternura mientras susurro en oído:

—¿Cómo te encuentras?

—Bien. ¡Mira cuántas cosas le han regalado a Harrison! —dice enseñándome decenas de conjuntos de ropa, chupetes, zapatitos pequeños de lana, gorritos e infinidad de cosas más.

—Dios mío. Aún no ha nacido y ya tiene más ropa que yo. ¿Nos habéis regalado también un apartamento más grande? —pregunto mirando a todas las chicas presentes en el salón, muchas más de las que yo conozco—. ¿Vosotras habéis tenido en cuenta los metros que tiene este apartamento, verdad?

—Pero si toda la ropa es pequeña. Además de monísima… Fue entrar en la tienda y volvernos locas —dice Carol.

—Por muy pequeña que sea, no sé si cabrá en el armario de Harry.

—Harrison —dicen todas a la vez.

—¿Y esto? —digo levantando un vestido blanco—. Es Harry, no Harriet.

—No es ni Harry ni Harriet. Es Harrison. Y esto es un faldón para el bautizo —me contesta Gloria—. Y es precioso.

—¿Y Bruce? —me pregunta Janet, que se ha acercado y me habla con susurros—. ¿Está en casa ya?

—Sano y salvo, señora —contesto haciendo una reverencia—. ¿Y todas estas chicas…?

—Trabajan contigo, pedazo de antisocial.

—¿En serio? Bueno, la verdad es que me suena esa señora de allí…

—Esa señora es la madre de Andrea y no trabaja con nosotros, así que es la única que no debería sonarte —contesta riendo a carcajadas mientras me da palmadas en el hombro antes de alejarse.

—Lucas, mira —me vuelve a llamar Valerie, cogiéndome de la mano hasta llegar a la mesa de al lado del sofá. Me sienta en él, y me pone una pila de libros en el regazo.

—Esto… Qué bien… —digo porque se supone que es lo que tengo que hacer, pero no puedo disimular el pavor que siento al leer títulos como “Ahora que vais a ser padres”, “Guía para padres primerizos”, “Cómo ser padres y no morir en el intento”, “La Biblia del embarazo” o mi favorito “¿Qué esperar cuando estás esperando?”. El que se inventó ese título, se merece un premio.

—¿Qué te parecen?

—¿Cuántos meses más piensas estar embarazada?

—¿Cómo…? No te entiendo.

—Creía que salías de cuentas en tres meses como mucho… Y aquí tengo lectura para dos años…

—Se supone que los listos leéis rápido…

Hago un mohín con la boca mientras le doy la vuelta a algunos de los libros para leer sus contraportadas. Como esperaba, todos acaban contando lo mismo, así que intento averiguar qué tienen de diferente para que las amigas de Valerie hayan decidido comprar todos los que existen en el mercado.

—¡Vamos! Será divertido…

—Aunque admito que este juego de palabras llama mi atención, creo que divertido es ser muy optimista. Me temo que van a estar llenos de topicazos y de consejos que puede que no sirvan por igual a todas las mujeres.

—Pues yo creo que nos van a ayudar a solucionar muchas dudas.

—Si tienes dudas, te las debería resolver tu ginecóloga, ¿no? Y si no puedes esperar, usa Google… Te diré más: si mandas tu pregunta en forma de mensaje a ese grupo que tienes con mi familia, seguro que en menos de dos minutos tienes la respuesta. Te recuerdo que en temas de bebés, están muy puestos…

≈≈≈

Algo más de tres meses después…

—Vamos… Yo sé que puedes…

Sonrío y peino su pelo con mis dedos. Contrae la cara con cada contracción y realmente debe de dolerle muchísimo, pero está aguantando como una campeona.

—Menos mal que nos leímos todos esos libros, ¿eh? Seguro que te están sirviendo de mucho para sobrellevar esto con mayor entereza…

—Cállate, idiota —dice entre dientes mientras me estruja la mano. Río a pesar del dolor, y entonces veo cómo ella me mira de reojo también sonriendo.

—Lo estás haciendo genial —le susurro antes de besar su frente.

—Pero tienes razón. Ahora mismo arrancaría todas las hojas de esos libros…

—Está bien, Valerie. Ahora te voy a pedir que empujes con todas tus fuerzas —dice entonces la doctora, cuya cabeza emerge de entre las piernas de Val—. ¿Lista?

—Eso creo —contesta ella.

—Pues vamos allá. ¡Empuja!

Valerie contrae el rostro y hace fuerza. La doctora y las enfermeras la animan. Yo en cambio no puedo dejar de admirarla y lo único que hago es agarrar su mano para infundirle ánimos.

—Eso es. Ya asoma la cabeza.

—¿Ya? —digo sorprendido.

—¿Quieres venir a verlo?

Miro a Valerie, que asiente, y entonces me acerco al otro lado de la sábana. La cabeza ya está fuera y en cuanto Valerie vuelve a empujar, asoman los hombros. El resto sucede con tanta rapidez que creo que ni siquiera me ha dado tiempo de asimilar las imágenes. Cuando pensaba cómo sería esto, tengo que reconocer que pensaba que sería más… sangriento. En cambio, si me preguntan ahora, creo que el único adjetivo con el que podría calificar el nacimiento de mi hijo sería fácil.

Antes de acercarnos a nuestro hijo, la doctora lo coge y espera a que llore, pero en lugar de hacerlo, Harry solo emite un quejido que hace reír a las enfermeras.

—¿Eso es normal? —pregunta Valerie.

—Bueno, parece que vuestro hijo no es de lágrima fácil. No pasa nada. Reacciona y está perfecto, así que no seré yo la que me queje porque no llore —dice mientras lo enrolla en una manta—. Aquí tenéis a vuestro pequeño.

—Hola, cariño —le dice Valerie en cuanto le tiene encima—. Soy mamá. Y este de aquí es papá. Pero qué guapo eres, mi vida.

Me acerco con tiento porque no quiero romper la magia de este momento, pero en cuanto le miro a la cara, compruebo que ha cerrado los ojos y se ha quedado dormido.

—Vaya… No llora, duerme… Si en unas semanas aprende a limpiarse solo el culo, esto va a ser coser y cantar. ¡Jodeos, libros de pacotilla!

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Comments ( 8 )

  • Patricia

    Buenas Anna,
    Como siempre una historia conmovedora y escrita magníficamente, como todos tus libros.
    Somos ya muchos tus seguidores incondicionales.
    Sigue así. Con ganas de leerte nuevamente.
    Un beso y disfruta de estos días.

    • Anna García

      Muchísimas gracias!
      Espero no defraudaros! 😉

  • Vanesa

    Gracias por esta historia con la cual he reído y he llorado muchísimo pq yo también tengo un Harrison en casa con altas capacidades y me he sentido muy identificada. Sólo he leído 3 de tus libros (en 6 días) y cada vez q terminaba uno lo primero q me venía a la mente era «lamadrequelapario» como escribe. Aquí tendrás siempre una lectora incondicional tuya

    • Anna García

      Muchísimas gracias!
      Entonces, espero haber plasmado perfectamente la peculiaridad de estos críos.
      Miles de besos!

  • Mirta

    Hola Anna ,me facina tu forma de escribir mi familia piensa que estoy loca cuando me escuchan reir sola sin parar,te deseo mucha suerte .

    Saludos .M

    • Anna García

      Muchísimas gracias!
      Bueno, parece que ese es un mal generalizado entre mis lectoras, así que: bienvenida al club!
      Besos!

  • Aima

    Hola Anna, primera vez que leo tus libros por recomendacion y quede fascinada solo he leido 2 los de Valerie y Lucas, tengo una preguntas piensas escribir uno nuevo con la Historia de Harry? la verdad es que me encantaria conocer mas de esa historia.

    Te felicito me gusta como esribes.

    Saludos desde Miami

    • Anna García

      Hola!
      Muchísimas gracias y bienvenida!
      Por petición popular, lo haré. Sabréis más de Harry… y quizá de algunos más… 😉

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